miércoles, 6 de octubre de 2010

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Las amas de casa quieren llorar de tan verdes y lisos que son los limones. Los carniceros ofrecen los despojos bien cortados de las vacas que hemos de comer y entre dos locales hay un silencio oxidado, un portón que vigilan hombres hoscos, quince metros de banqueta para atravesar conteniendo la respiración. En este barrio hay más infiernos que paraísos, la tristeza no se nombra y, callando, cada uno cuida su pedacito de realidad.

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